Los Institutanos Caídos

(Discurso leído por José Miguel Varas en el acto realizado el 4 de diciembre de 2008) 


Señor Vicerrector, profesores y alumnos del Instituto Nacional, ex alumnos, familiares, amigos y condiscípulos de los institutanos inmolados por la dictadura, señoras y señores:
Me corresponde decir unas palabras a nombre de la comisión autodesignada de ex alumnos del Instituto Nacional que decidió asumir la tarea de instalar una nueva placa memorial con los nombres de nuestros compañeros institutanos que fueron secuestrados, torturados y asesinados por la dictadura militar. Formaron parte de dicha comisión Patricio Jorquera, Guido Lagos, Servet Martínez y el que habla, pero además colaboraron de diversas maneras en la empresa muchas otras personas, institutanos o no. Me ha parecido necesario decir estos nombres no por afán de figuración sino por sentido de responsabilidad. Debemos reconocer que la complejidad y la magnitud del esfuerzo por localizar los nombres de los caídos, conocer sus biografías y precisar las circunstancias en que fueron asesinados, sobrepasaron nuestras posibilidades. Ello explica por qué el memorial que hoy inauguramos contiene 30 nombres, pero que haya otros cuatro, descubiertos recientemente, que no alcanzaron a aparecer en él.  Queda pendiente, entonces, la tarea de incorporar en el futuro esos cuatro nombres y eventualmente, otros que puedan surgir -dadas la amplitud y duración sin precedentes de la represión- en una nueva placa o en alguna otra forma que se decida.


Formaron parte de dicha comisión Patricio Jorquera, Guido Lagos, Servet Martínez y el que habla, pero además colaboraron de diversas maneras en la empresa muchas otras personas, institutanos o no. Me ha parecido necesario decir estos nombres no por afán de figuración sino por sentido de responsabilidad. Debemos reconocer que la complejidad y la magnitud del esfuerzo por localizar los nombres de los caídos, conocer sus biografías y precisar las circunstancias en que fueron asesinados, sobrepasaron nuestras posibilidades. Ello explica por qué el memorial que hoy inauguramos contiene 30 nombres, pero que haya otros cuatro, descubiertos recientemente, que no alcanzaron a aparecer en él. Queda pendiente, entonces, la tarea de incorporar en el futuro esos cuatro nombres y eventualmente, otros que puedan surgir -dadas la amplitud y duración sin precedentes de la represión- en una nueva placa o en alguna otra forma que se decida. 
Cuando se habla del Instituto, y en el Instituto, resulta inevitable hablar de nuestra historia. Sobre todo, en una ocasión como ésta, cuyo sentido es tratar de superar la fragilidad de los recuerdos –se ha dicho siempre que “los chilenos tenemos mala memoria”- dejando un testimonio duradero de un momento sombrío y de vidas sacrificadas por ideales de libertad, democracia y justicia social en medio de sucesos que algunos pretenden hacernos olvidar “dando vuelta la hoja” e imponiendo una gran amnesia colectiva. 
Al parecer, los chilenos y chilenas de esta generación y tal vez de las próximas, estamos obligados a seguir interminablemente dando vuelta a las causas y consecuencias del aquel día 11 de septiembre que partió en dos la historia de Chile, y la sociedad y hasta las familias chilenas y que afectó de manera profunda las vidas de todos. No es casualidad, sin duda, que entre los caídos haya habido hombres que estudiaron en las aulas de este colegio, que nació, se puede decir, al día siguiente de la Independencia, cuando la Patria daba sus primeros pasos. Pero el sueño venía de antes.
En la edición Nº 72 del Boletín del Instituto Nacional, que apareció en 1963 con motivo del sesquicentenario del colegio, nuestro inolvidable maestro el bibliotecario Ernesto Boero Lillo escribió:
“Al advenir el siglo XIX, la ciudad de Santiago, capital del aun Reino de chile, dependiente de la monarquía española, contaba con cuatro establecimientos educacionales, considerando entre ellos a la Real Universidad de San Felipe, cuyas puertas habían sido abiertas en 1747. Los demás eran el Colegio de San Carlos o Convictorio Carolino, fundado en 1778, la Academia de San Luis que en 1797 don Manuel de Salas le había dado vida y el Seminario Conciliar nacido en las últimas décadas del siglo XVI… Todos estos establecimientos llevaban una vida lánguida, pobrísima en su misión docente, tan aletargada que carecían de profesores y aun de alumnos.
“Ante tan menguada situación, alarmante para los hombres que mantenían secretamente la esperanza de una patria libre, cosa que no podría ocurrir sin una necesaria ilustración y adecuada para sus principios libertarios, fue naciendo en ellos una intensa preocupación por dar cimientos y contextura a ‘un gran colegio de artes y ciencias, capaz de dar costumbres y carácter’, como lo expresara don Juan Egaña en su Plan de Gobierno de 1810”. En el mismo documento, citado por Boero, Egaña declara que “la gran obra de Chile debe ser un gran colegio”; y agrega con sentido práctico: “Este colegio necesita grandes fondos; deben sacrificárseles si pensamos ser hombres”.
. A menudo se hacen notar los nombres de presidentes, dirigentes políticos, jueces y otros hombres públicos eminentes que salieron de estas aulas. No podríamos olvidar, por cierto, que José Victorino Lastarria, el revolucionario Francisco Bilbao, Pedro Aguirre Cerda, como Salvador Allende, fueron institutanos. Pero además, y talvez éste sea un aspecto que no siempre se tiene presente, también se formaron aquí y en algunos casos fueron sus profesores grandes hombres de la cultura como el pintor José Venturelli, el coreógrafo Patricio Bunster, los pintores Guillermo Núñez, premio nacional 2007 y Eduardo Bonati, el escritor Juan Godoy, el compositor León Schidlowsky, el gran actor Roberto Parada, el crítico literario y académico Félix Martínez Bonatti, muchos más.
Como lo recordamos en el llamamiento a efectuar este acto, Fray Camilo Henríquez afirmaba en 1813: “El gran fin del Instituto es dar a la patria ciudadanos que la defiendan, la dirijan, la hagan florecer y le den honor”. La lista de los institutanos caídos que contiene la placa memorial, da fe que ellos efectivamente defendieron, dirigieron, hicieron florecer y dieron honor a la patria. Así ha sido a lo largo de la historia. El Instituto se ha caracterizado por haber forjado un ideario capaz de abarcar en su transversal amplitud pensamientos y credos diversos sobre la base del espíritu científico, el libre examen, la libertad de conciencia, el derecho a manifestar opiniones discrepantes y a examinar de manera crítica la sociedad y las instituciones. Todo aquello, en síntesis, que denominamos libertad de espíritu, democracia. Por defender estos principios por tratar de construir una paria más libre y más justa, ofrendó Salvador Allende su vida y fueron asesinados los demás a quienes recordamos en este día. Murieron porque fueron fieles a su condición libertaria de institutanos.

José Miguel Varas
4 de diciembre 2008.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

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